#UNANAVIDADDIFERENTE
Dicen algunos, no todos (eso sería de mal gusto), que la realidad muchas veces supera la ficción. Pues sí, eso ocurre en ocasiones. Y lo hace de un modo inesperado.
Corría la tercera semana de diciembre de un año apellidado veinte veinte, muy redondo, muy eficiente, renovable, ecológico y sostenible, pero terrorífico desde lo emocional, al menos desde donde lo vivía mi corazón. Nueve meses de un purgatorio en vida que habían transcurrido entre el “no me lo puedo creer” y el “cuando coño se acabará esto”. Todo era miedo, todo ciega obligación, sacrificio sin fin, meta volante que nunca se alcanza, pura promesa basada en un rebaño que no tiene ojos ni cara, sin alma.
Estaba yo, como decía, disfrutando de una hermosa semana de cifras en subida, restricciones en vaivén y amigos que no sabían hablar de otra cosa; cuando desde mi escritorio, en casa, tranquilo, una mañana descubrí que a través de la ventana una semilla germinaba en la maceta del poyete, allí fuera; con el frío que hacía.
Anda que no habré visto yo germinar, crecer o morir a los pocos, algunos, muchos días. Sin embargo, esta vez, indefensa, vigorosa, decidida, en medio de un helador, corto día de diciembre, la semilla se abría paso a la vida, desde un grano insignificante. Quizá viajó con un pájaro de mal agüero, quizá fue el viento, la lluvia los que la arrastraron hasta aquí, para “posarse” en mi ventana, al calor que desprende el hogar a través de los cristales; intuyendo quizá un amor o un cariño que bien podría recibir. Gracias a unas gotas de agua del temporal de otoño que le animarían a nacer, salir de esa diminuta nuez y desafiar toda esa angustia, miedo e inseguridad de nueve meses mal paridos.
Como embobado yo la miraba y remiraba, y pensaba: “que cojones tiene, con la que está cayendo”. En medio de un mundo de historias egocéntricas y verdades interesadas, que cuentan los cuentistas, historias que todos creen porque vienen de los suyos o reafirman lo suyo. En medio de todo ello, la decisión de la semilla por levantarse entre tanta hostilidad, esos verdes, tiernos, gorditos cotiledones, me recordaron a otro nacimiento, otra película contada, rumores de la historia que cuentan las andanzas de un ser indefenso que revolucionó su mundo en otra época de zozobras, de mitos y medias verdades.
Pero ella no estaba para tonterías ni argumentos de parte, quizá del mismo modo que ese otro; no las necesitaba, no le movían a ser; solo sabía que había venido a buscarme, a mi ventana, a mi alfeizar, a pedirme que la cuidara, que le diera amor y cariño, quizá algo de agua, quizá abono, seguramente luz; pero a la vez me miraba vigorosa, diciéndome : “no me trates como a un niño, soy una planta, puedo con lo que haya aquí fuera, y mucho más”.
No sé quién salvo a quién, pero nueve meses de sufrimiento dieron paso a un rayo de esperanza. Esa Navidad la adopté y ella me escogió a mí, a mi ventana, para estar juntos, para hacernos compañía, para que lo que tuviera que venir, fuese tormenta o sequía, heladas o bochornos, lo viviéramos juntos, acompañados, apoyados, pero libres, desde nuestra naturaleza, yo aquí dentro, calentito, ella, allá fuera, en la intemperie, libre, pero acompañada, solo separados por la transparente ventana.
Madrid, diciembre 2020
Publicando algunas cosas con o sin sentido
.. aprovechando el hueco ...
Es ecléctico, lo sé
Y qué?
Es lo que hay